Una mirada al centro de Bogotá desde arriba

Me lancé a las calles del centro de Bogotá para retratar esta parte de la ciudad desde terrazas, techos, ventanas, y todo lo que estuviera arriba de la calle. Cuando salí por primera vez tenía dos cosas claras: lo primero, que no iba a ser fácil el acceso a terrazas o pisos superiores y lo segundo, que no tenía ningún contacto que me pudiera ayudar en esta tarea.

Los primeros días todas las puertas me las cerraron en las narices. Puede ser porque empecé preguntando en los sitios más “gomelos” del centro o puede ser porque era muy educado y formalista. Esta primera experiencia me dejó clara tres cosas: que quienes trabajan en la vigilancia de éstos edificios no tienen paciencia alguna para escuchar motivos ni razones, punto. Lo segundo que me quedó bastante claro es que los administradores siempre están ocupados o no están. Y lo tercero es que, si por casualidades del destino, consigues hablar con un administrado, seguramente te mirará de arriba abajo (después de hacerte esperar 30 minutos porque “está ocupado con unos pagos”) y te dirá que vengas mañana.

 

.

También aprendí que a los administradores y a los cuerpos de seguridad les gustan las cartas, los emails, una recomendación… ¿Una recomendación? pero señor no vengo a pedirles trabajo, vengo a tomar una foto desde la terraza. “Lo sentimos pero esas son las reglas del edificio” ¿reglas? Ja!

Visto el enredo que esto significaba, dejé atrás los formalismos, los “disculpe”, el “perdón”, o el “podría hacerle una pregunta”, o la mejor: “dónde está la administración”, pues en esta viene la respuesta fulminante de quien cuida la puerta: “¿Para qué sería?” yo en mi cabeza quería contestar: pues mire, quería instalar un Colisionador de Hadrones, que es un acelerador y colisionador de partículas que hasta ahora solo hay uno en Suiza, y el otro lo quiero instalar en el techo de este edificio, por eso quisiera hablar con quien se encarga de la administración. Pero no, salía de mi boca un discurso algo así: “mire yo soy fotógrafo (ahí me di cuenta que empezaba mal por las caras de decepción que ponía la gente), y estoy haciendo un proyecto de Bogotá desde arriba. Quería preguntarle (al administrador), por supuesto si usted también está de acuerdo, si podría tomar una foto desde la terraza. La mayoría de las respuestas fueron certeras: “No” o ¡la mejor! “Vuelva mañana”. En una ocasión, cansado de las negativas, me subí los pantalones hasta las tetillas, tomé aire y enfrenté a la señora que cuidaba la puerta: “señora, usted no me va a hacer perder el tiempo mañana cuando venga a hablar con la administradora, ¿verdad?. Y su respuesta me dejó con los pantalones en los tobillos: “Mire, ¿sabe qué? No venga”.

Así que empecé a entrar como Pedro por ”mi” casa en cuando edificio se me atravesaba. Me di cuenta que en muchos de ellos la gente entra y sale con tranquilidad. Nadie saluda a la persona de seguridad (o muy pocas veces), pero sí al ascensorista! ¡Aja! la profesión de ascensorista sigue con vida. Con una palanca abren y cierran la puerta, preguntan los pisos y se oprime el típico botón negro que salta cuando el pasajero llega a su destino “!pac!”, se abren las puertas y sale la persona, casi siempre diciendo “con permiso” a lo que le persigue un “siga”.

“¿A qué piso va joven?” ¡Al octavo! (o al que estuviera más cerca al último). Tenía que ser rápido, no dejar que el o la ascensorista viera que no tenía ni idea para donde iba. Mientras subía sentía un cosquilleo en el estomago, rogando para no llegar a una oficina directamente o a un almacén.

.

Mientras ascendíamos se sucedían las conversaciones más fascinantes. Abogados hablando del culo de la secretaria, o de la noticia del día, de los hijos, del perro, niños que entraban y salían llorando, o la mejor, cuando alguien intentaba levantarse a la ascensorista: “¿Marta, que te hiciste hoy?” y la respuesta: “Ay doctor, usted siempre igual” y risas. Todo esto genera una atmósfera de empatía y de risas (por supuesto que no provenían de mi), que daban ganas de quedarse en el ascensor para toda la vida. Aprendí rápidamente que en aquellos cuchicheos se ofrece mucha información: nombres, pisos, oficios, ¡problemas! etcétera, datos que yo memorizaba rápidamente por si tenía algún problema y tenía con qué contestar.

En los edificios del centro se pueden encontrar las oficinas de los abogados más respetados de este país, como también bodegas y talleres, en donde personas trabajan como esclavos haciendo jeans, camisetas, camisas, toallas, etcétera, pagándoles la docena hecha a 500 pesos. Vi gente haciendo fila desde un segundo piso hasta un séptimo para comprar pantalones por 20.000. “Los mismos que la gente compra en el norte por 300.000 pesos” me dijo un ecuatoriano en un ascensor. Sacó de una bolsa plástica blanca un jean y me dijo: “mire, diesel”. Yo no es que me vista como para salir en la portada de una revista, pero la verdad que los jeans parecían tan buenos como los que se exhiben en cualquier centro comercial del norte.

Una vez alcanzado mi cometido, y podía subir a las terrazas o ventanas superiores, me quedaba mirando hacia abajo por un largo tiempo. El primer pensamiento que me pasó por la cabeza cuando coroné la terraza de un edificio es que desde donde yo estaba, todos se veían pequeños. ¡Qué curiosidades! Todos desde arriba somos iguales. También me fije en la arquitectura de los edificios, en las ventanas, en las cortinas, en las personas. Miraba como si quisiera memorizar cada esquina, cada piso, cada caja! Porque es increíble la cantidad de cajas, y cajas, y cajas que se almacenan en los apartamentos de muchos edificios en el centro de Bogotá, ¿contrabando? ¿Esclavitud moderna? Lo dejo ahí para pensar.

El centro de Bogotá, bien sea desde arriba o desde abajo es un lugar mágico, lleno de historias y de historia. Un sitio para caminar por horas y consumir información de todo tipo. Un lugar donde las contradicciones son latentes. Por ejemplo, ver el Bronx desde una terraza con su imponente batallón militar protegiendo sus entradas, pero bajar y poder la miseria que revolotea por sus calles cual mariposa enceguecida por una bombilla de 100 vatios, da que pensar. Sí, ese es el centro, mi centro, y para mí, el mejor lugar de Bogotá.

Los dejo con el centro de Bogotá,

.

.

Bogota desde arriba
Bogota desde arriba

.

Bogota desde arriba
.Bogota desde arriba

.