Batallón de Operaciones Terrestres Número 17

faltaban tan sólo diez minutos para llegar a la base militar y reunirnos con el coronel, cuando por sorpresa el vehículo que nos conducía se bloqueó, ¡estábamos sobre un charco de aceite! Íbamos a 60 km por hora, el conductor, un tipo prevenido y con experiencia en la carretera, frenó y tiró del timón, la furgoneta comenzó a desplazarse hacia la pared izquierda. El impacto era casi seguro. Giró nuevamente el timón y nos ubicamos mirando hacia el abismo. Frente a nosotros un guardarrail, lo único que evitaría que, una camioneta de dos toneladas y nosotros, adentro, nos fuéramos abajo. El conductor puso el carro en segunda y quitó el freno. El vehículo respondió y giró nuevamente. Dimos una vuelta de 180 grados en una de las autopistas más concurridas del país, y no nos sucedió nada. Tuvimos suerte que este percance tuvo lugar en épocas de pandemia.

Durante todo el trayecto desde Bogotá, la ciudad y sus alrededores parecían irreconocibles por el COVID19, el volumen de personas, de carros y de camiones había disminuído drásticamente. Salir de esta urbe, nos había tomado tan sólo 20 minutos, cuando en situaciones normales, puede tomarle a un conductor dos horas en salir de la capital. Muchas casas ondeaban banderas rojas en un ruego por comida, el hambre comienza a aparecer en los barrios populares, y en la carretera varios retenes de la policía, quienes echaban la vista hacia otro lado cuando veían el letrero de “prensa” que llevamos en la parte frontal del vehículo. 

Frente a la base aérea de Tolemaida, nos esperaba el teniente coronel Eliécer Suárez, pero a escasos metros de llegar, dos soldados, uno más alto que el otro, nos impidieron seguir el camino. En sus solapas se leía Fuera Aérea. Nos comunicaron que el acceso estaba prohibido. Quien quisiera reunirse con nosotros, tendría que venir hasta el retén. Bajamos del carro, el conductor reposó los brazos sobre el lateral de su camioneta e inclinó uno de sus pies y lo colocó en punta. Ví que toda la pierna le temblaba, el susto de lo que casi pudo ser un accidente fatal, comenzaba a llegarle al cuerpo. Me miró, se sonrió y me dijo: “casi no contamos el cuento”.

Le comunicamos al coronel la situación en el retén y dijo que en 10 minutos estaría con nosotros. Pasado algún tiempo, no sabría decir si fueron más o menos de diez minutos, llegó una “Pick Up” blanca con vidrios polarizados y platón, este forrado con carpa negra. Como si de un truco de magia se tratara, salieron 6 o siete soldados de aquel carro que a simple vista parecía vacío, entre aquellos uniformados se encontraba el coronel. Nos extendió la mano y nos saludó. Sigue siendo difícil reaccionar a un instinto tan normal como estrechar la mano y negarse a darla. El Teniente Coronel se presentó ante los soldados de la fuerza aérea, vestía un camuflado y llevaba guantes negros de plástico, portaba un rifle automático Galil, boina de color verde y sus insignias de teniente coronel, destacaban en sus hombros y lo asignaban al arma de ingenieros, resaltando la palabra Lancero. Les informó que era el coronel del Batallón de Operaciones Terrestres Número 17 de la Brigada Sexta del Ejército, les dio órdenes a los soldados que custodiaban el retén de informar nuestra entrada. Nos dirigíamos a la base de operaciones encargada de la seguridad del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Antonio Nariño ubicado en Icononzo, Tolima. El coronel, un tipo de mediana estatura, ojos amables y voz baja, es el encargado de velar por la seguridad de nueve municipios del oriente tolimense:  Icononzo, Cunday, Villarica, Purificación, Prado, Dolores, Alpujarra, Natagaima y Coyaima.

Desde Icononzo, se sube al ETCR. Son, 45 minutos en carretera destapada. En estos espacios se realizan actividades que pretenden facilitar la adaptación de los miembros de las FARC-EP, a la vida civil. Muchas de estas actividades se han convertido en grandes proyectos productivos, uno de los más llamativos ha sido la cerveza “La Roja”, que gracias a una cooperativa organizada por ex combatientes del espacio Antonio Nariño, han logrado generar un nuevo mercado para su producto. La pandemia ha hecho que muchos de los proyectos productivos emprendidos por ex combatientes, en los espacios de reincorporación, estén parados en todo el país. En septiembre del año pasado visitamos este espacio territorial. Carlos Alberto Grajales, presidente de La Roja, nos contó el desarrollo del proyecto y estaba contento por el crecimiento de la demanda, eso sí, echaba de menos la falta de acceso a financiación por parte del sistema bancario, pero no suponía un problema para trabajar y producir. “Pérdidas” parece ser la palabra principal en tiempos de COVID19. Empresas cerradas, ofertas tanto de servicios como de bienes suspendidos y un panorama incierto. Los ETCR no han sido ajenos a esta problemática, y las pérdidas también amenazan sus economías.

Acordamos con el coronel, que iríamos detrás de ellos. Para entonces nuestro conductor, ya había recobrado la calma y comenzamos el trayecto por una carretera empinada. No habíamos comenzado a subir la falda de la montaña cuando nos encontramos con el primer retén en la vía. Un civil se acercó con una planilla, anotó las identificaciones e indicó a un hombre con equipo para fumigar que podía proceder. Nos sugirieron cerrar las ventanas. Observamos desde el interior cómo nos rociaban con aquel líquido. Se tenía la sensación de estar lavando el carro. Dos policías miraban desganados y un pequeño camión de bomberos se asomaba tras una carpa, entregando un parte de tranquilidad a la comunidad. Todo está bajo control, parecía intuírse. El coronel se bajó y saludó, intercambió un par de palabras con las personas que estaban allí presentes y regresó al carro. Proseguimos nuestro camino.

Un segundo retén nos esperaba a tan sólo 10 minutos, esta vez todos civiles a simple vista y ninguna autoridad oficial. Se nos ofreció antibacterial y se nos informó que no se podía seguir. El hombre no se percató de los soldados en la camioneta que estaba en frente de la nuestra. Nuestro conductor le señaló que íbamos con el ejército en el carro de enfrente. El civil observó y quitó las manos como si la superficie del carro ardiera, se disculpó y nos dijo que siguiéramos.

El Teniente Álvarez, un tipo de estatura media, con ojos verdes y firme, no sólo en su postura sino en su forma de hablar y en su tono de voz, es el encargado de la seguridad en Icononzo, bajo el mando del coronel. Nos recibió en la Base de Operaciones Intermedia (BOI), el batallón terrestre número 17 es el encargado de la seguridad y control del espacio de reincorporación Antonio Nariño. En el centro de operaciones, se señalan posiciones y se informa los últimos acontecimientos sobre un mapa específico y con coordenadas. La mayoría de situaciones irregulares que se encuentran, son relacionadas con microtráfico según nos cuenta el coronel. La tarea es mantener y mejorar el acercamiento con la población civil, mitigar los delitos que atentan contra la buena convivencia, la búsqueda de armas, el control del territorio y la seguridad del ETCR Antonio Nariño. En el informe que presentó el teniente, reporta sobre el plan candado en caso de un altercado, una estrategia que impide la entrada o salida del perímetro de seguridad, el cual se mide desde el BOI a una distancia de 5km. Se decidió salir a hacer un patrullaje y control de las posiciones de las unidades. El terreno y el clima es cambiante, grandes accidentes geográficos hacen parte del paisaje, por la espesura del bosque y los camuflados de los soldados, muchas veces resulta difícil verlos. Las nubes por momentos se tomaban el lugar, lluvia y sol y todo al mismo tiempo. 

Mientras íbamos de camino el coronel nos señalaba con la mano pueblos y veredas que estaban bajo el control del ejército para garantizar la integridad de las personas que viven en el ETCR. Diferentes retenes militares sobre la carretera se han posicionado. En cada uno el coronel se baja y sus hombres rápidamente se acercan, el oficial a cargo y en posición de saludo, informaba su nombre, rango y se pone a disposición del coronel. Como quien pasa revista pero no, el coronel va mirando a cada uno de los soldados. Resalta en ellos un cartucho de seguridad amarillo que va en cada uno de los fusiles. En un momento un capitán al mando se gira y ordena que detengan dos motos que se aproximan. Los soldados señalan a los conductores que se detengan. Dos campesinos cargados con machetes, canastos de plástico, vestían jeans y camisetas azules, se detienen en la orilla de la carretera. Se echan la mano atrás y sacan sus billeteras, pasan unos segundo hasta que extienden con la mano su documento de identidad. El soldado mira la identificación y les piden que bajen de sus motos y que suban los brazos para una requisa. Se mira la moto, los paquetes y si todo está correcto, se ordena que sigan su camino. 

El siguiente retén militar y el último está a las faldas del ETCR Antonio Nariño. Allí seis soldados custodian la entrada y salida. Mientras el coronel habla con sus soldados, dos niñas y tres perros se aproximan. ¿Almorzaron? Les preguntó el coronel, quien se detuvo en su conversación con el teniente, al verlas pasar. “Nosotras sí, pero ellos no” señalando a los perros que las acompañaban, lo que soltó risas entre los soldados. El coronel llamó al encargado de las comunicaciones. Un soldado se acercó y rápidamente sacó de su espalda una antena desplegable, individual y metálica. Al abrirla, llamó la atención su tamaño, seguramente casi igual de alta que cualquiera de los soldados presentes. El coronel tomó el teléfono y llamó a otra base de operaciones. Se le comunicó que no tenían novedades. 

De regreso al BOI, el coronel nos invitó a almorzar. Sentados en la mesa donde se toman las decisiones estratégicas, se nos sirvió un excelente sancocho. La seguridad de los ETCR es la prioridad como así lo pudieron observar, decía el coronel, mientras comíamos. Ya de salida las carpas resguardando las camas y todo el material militar, nos despedían. Los perros, la mayoría de ellos rescatados y que ahora viven en el batallón, nos batían la cola. Esta vez, no nos dimos la mano con el coronel, a pesar del profundo agradecimiento y respeto que inspiró. Esta vez nos despedimos a la distancia.